EN PRIMERA PERSONA: DEJó SU TRABAJO Y SU VIDA DE LADO PARA CUIDAR A SU HERMANO ADICTO, PERO LOGRó QUE SE CURARá

“En marzo 2015 entró llorando a la casa de mi mamá y ahí fue cuando verbalizó sobre su problema de consumo de cocaína”, explica María José sobre su hermano Leonardo. “Tenía que levantarse a las 4 am a buscar mercadería a un frigorífico de Mataderos, se pasó de rosca y no fue. Con el consumo problemático, lo primero que se pierde es la voluntad y la sustancia pasa a manejar tu vida. Necesitan ayuda sí o sí, en sus momentos de sobriedad creen que lo pueden controlar. Rechazan la ayuda y se van aislando porque temen que se den cuenta. En el caso de mi hermano era un caso particular porque él lo llevaba con culpa. Tardamos 20 años en enterarnos. Llamé muchas veces, llorando, a la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar) y nunca me ayudaron.

Ante su confesión, lo acompañó a un psicólogo especialista en adicciones, que rompió el secreto profesional, porque Leonardo consumía diariamente. Por lo tanto, el tratamiento ambulatorio era inviable. Según el artículo 20 de la Ley de Salud Pública (26.657): “la internación involuntaria de una persona debe concebirse como recurso terapéutico excepcional en caso de que no sean posibles los abordajes ambulatorios, y sólo podrá realizarse cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de riesgo cierto e inminente para sí o para terceros(...)”. “Judicialicé a mi hermano para poder internarlo. La ley destaca que el adicto tenía que internarse por voluntad propia. En ese momento estaba agresivo y hacía amenazas de que se iba a ahorcar. También, se había separado de su pareja, la chica rehizo su vida y llegó a tener episodios de violencia en la casa de ella”, agrega.

“Leonardo era un peligro para sí mismo y para terceros. Fue la causa que me permitió que entrara a una comunidad terapéutica por 90 días. Pasado ese tiempo, fue el personal del juzgado a hablar con él y allí decidió quedarse”. 

“Dejé la docencia, en principio, saqué una carpeta psiquiátrica. Me aboque a él, o sea, yo tomé su vida tomé, me ocupé de él, no ocupe de su hijo, lo empecé a llevar a un psicólogo, me llamaban casi todos los días de la escuela, porque estaba muy rebelde y yo era su figura adulta responsable y la pasé muy mal. Busqué ayuda psicológica y tomaba muchas cosas psiquiátricas, para amortiguar un poco y para estabilizar mi ánimo porque dejar la docencia me afectó muchísimo”, confiesa María José.

“Recomiendo a las personas que tienen un familiar atravesando por una situación compleja que estas mismas pueden tener sus espacios terapéuticos”, sugiere la psicoanalista Pineda. 

“En los primeros meses Leonardo no hablaba con los psicólogos. No participaba de los grupos de los talleres de ninguna actividad que se hacía dentro de la comunidad. Él estaba totalmente negado a recibir ayuda. Entonces el psiquiatra y el psicólogo me citaban a mí. Hacíamos reuniones y les ayudé a armar el panorama como un rompecabezas, porque ellos consideraban que mi hermano tenía un problema psiquiátrico”, recuerda María José. 

“Estuvo mucho tiempo enojado conmigo. Tenía pesadillas como la internación fue en contra de su voluntad, durante meses tuve una pesadilla recurrente que era mi hermano ahorcandome. Yo me despertaba a la noche llorando”. 

“Mi vida se vino abajo y recién ahora creo que la estoy pudiendo reconstruir de alguna forma, pero mi psicóloga me decía que la causa de Leonardo se estaba llevando mi vida puesta, fue así y no sé todavía por qué”, reconoce María José. “Es un orgullo para mi hermano hoy en día estar limpio”. 

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